
Esto los identifica, crea una identidad entre los mismo integrantes de las barras bravas, incluso sin importarles las repercusiones que esto les pueda traer a sus vidas cotidianas, ya que para ellos, semejante vida no existe, solo existen esas tardes de domingo en la que sin pensar cuanto hay en sus bolsillos, sacan las suficientes fuerzas para alentar, para gritar, saltar y cantar “vamos… vamos… mi verde …” 90 minutos, es en estos minutos en los que se sienten libres de expresar todo lo que les genera ser hinchas del Club Atlético Nacional, son estos personajes de los cuales estamos hablando, los que se hacen partícipes de nuestra historia, donde sus habitaciones son un templo verde con un sin número de recuerdos que se hacen presentes día a día con los mejores momentos de su equipo, los que lo hacen grande y superior a sus enemigos, llamados así por los mismos hinchas. Sus cuerpos dan fe de eso ya que llevan en si, las marcas de una guerra por defender a muerte una camiseta, una que otra rota como recuerdo de batalla, cicatrices por enfrentamientos que encierran celosamente momentos históricos al salir triunfadores de aquella disputa a muerte con su más acérrimo rival; también utilizan sus cuerpos para marcarlos con tinta, tinta imborrable como la pasión por su equipo, tatuándose hasta en el mas increíble de los casos toda su espalda, todo su torso, toda su cabeza o hasta todo su cuerpo, es en este punto donde todo se convierte en una excusa para expresar el amor por su equipo… bien decía un hincha: ” primero el verde, después mi mamá y de ahí para acá… todo lo que sea…

El hincha no se hace por herencia, el hincha se hace por la pasión que cada día va descubriendo; como Pacho Zuluaga, un hincha de verdad, que viajó con tan solo 10 mil pesos a Cali, porque iba a ver jugar a su equipo, el Nacional, y en esta ocasión, contra el América, el partido fue un domingo, pero sus noches en esta ciudad se alargaron hasta el viernes y se volvieron eternas al verse obligado a recoger plata para su pasaje de vuelta, por sus calles salseras.
O como Santiago, “ el zarco “ que pertenece a las barras bravas del Nacional, y todos los días carga una bandera, gloriosa y victoriosa, que le han conseguido 4 puñaladas en su espalda y sus piernas, y no solo golpes ha dejado, también ha dejado atrás una carrera, Derecho en la Medellín, y todo por dedicarse única y exclusivamente a su equipo, a su afición, y con orgullo decía: “cuando mi equipo hace un gol, siento un orgasmo… Porque cuando lo meten, es como si me lo metieran a mi “.
También hay historias increíbles y majestuosas, como Sergio Mejía, el presidente de la barra de los ciegos ”Luz Verde”, que reúne cada domingo mas de 30 hinchas con las mismas condiciones para solo sentir la vibración de su equipo.
Es que sentir la pasión de ir al Estadio, sentir la alegría de gritar, de dar ánimo a su equipo del alma, cambian la estabilidad mental por el estado en que solo importa gritar hasta que la voz se ausente, se esfume, o hasta que la voz se una a las más de las 4800 voces que se unen por la misma pasión, el mismo sentimiento, donde no importa el color de piel, tan solo el de la camisa.
Y es que el Nacional huele a pólvora, huele a marihuana y de la más verde, y en cada lugar de la ciudad se proclama su nombre, e inundan las calles las personas que cada día sorprenden con sus excentricidades, con sus locuras para muchos (pero no para ellos), como algunas de las porristas, que besan a un hombre con solo saber que son hinchas del mismo verde.
Como dice Daddy Yankee, el poeta, “después del primero, todos son últimos”
“Cuando me muera quiero mi cajón pintando de verde y blanco como mi corazón"

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